DEJAR MARCHAR EL ENOJO
Linda Adams, Presidente de GTI

“Decidí quedarme callado”.
“Sentí que mis necesidades no eran tan importantes como las suyas”.
“No quería herir sus sentimientos”.
“Tenía miedo de perder mi trabajo/relación/amistad si decía como me sentía realmente”.

Aunque las afirmaciones anteriores pueden parecer bastante inofensivas, en realidad dan señal de un posible problema, porque implícita en cada afirmación hay una falta de voluntad de querer decir lo que pensamos realmente. Por el interés de querer mantener una relación o un trabajo, la verdad permanece escondida y el resultado suele ser, a menudo, el resentimiento o el enojo – con la otra persona y en última instancia con usted mismo.

El enfado es posiblemente  la más complicada de todas nuestras emociones y pienso que es justo decir que muchos de nosotros tenemos sentimientos encontrados sobre él – ya sea el nuestro o el de alguien más. A lo largo de nuestras vidas hemos tenido experiencias negativas con el enojo y por eso hemos desarrollado un fuerte impulso para evitarlo o negarlo. Sin embargo, sabemos que su presencia nos dice que algo significativo está pasando por dentro – algo que realmente tiene importancia.

No estoy hablando sobre los ataques de cólera que nos pueden dar cuando la persona que va conduciendo delante de nosotros va muy despacio y cuando finalmente podemos adelantarla vemos que está hablando por su teléfono móvil. En este artículo quiero hablar de esa clase de enfado que, cuando se cruza en nuestro camino, no nos permite funcionar a pleno rendimiento e impide que desarrollemos nuestras capacidades propias – evita que seamos quienes somos realmente.

Una de las principales razones para el resentimiento y el enojo es que dejemos nuestras propias necesidades de lado y abandonemos nuestro propio crecimiento a favor del crecimiento de otro. Esto puede ocurrir en cualquier relación: entre esposos, padres e hijos, en el trabajo, con un amigo.

Los siguientes son algunos ejemplos:
·          Mudarse a otra ciudad porque su esposo(a) consiguió un nuevo trabajo, lo cual significa dejar su trabajo y la ciudad que ama.
·          Aplazar el tener hijos hasta que su esposo “se encuentre a si mismo”.
·          Ayudar económicamente a su(s) hijos adulto(s) mientras sacrifica sus propias necesidades.
·          Cuidar de un padre anciano mientras sus hermanos continúan tranquilamente con sus vidas.
·          Dedicar todo su tiempo a criar a sus hijos y no tener tiempo para satisfacer  necesidades personales importantes.
·          Aceptar el trabajar muchas horas extra en las tardes y fines de semana cuando preferiría pasar ese tiempo haciendo otras cosas que le gustan.

En el momento en que tomamos esas decisiones éstas pueden parecernos aceptables. Pensamos: “puedo adaptarme, mi relación es lo más importante”; “cuando los niños sean mayores, ya habrá tiempo para mí”; “esto no durará para siempre”.

Pero cada vez que tomamos la decisión de dejar a un lado nuestras necesidades importantes para acomodar las de otro corremos un riesgo. Esto es verdad particularmente cuando la situación se prolonga. Cuanto más tiempo nuestras necesidades importantes permanezcan sin ser satisfechas más probable es que terminen en el resentimiento y el enfado. Y es más probable que echemos la culpa a otra persona de nuestra decisión, por ejemplo: “Si no hubiera sido por ti, yo podría haber…”

Si elegimos (y es nuestra elección) quedarnos atascados en el enfado y el resentimiento las cosas se quedan como están—no necesitamos enfrentarnos a nuestros sentimientos en un nivel más profundo. Es muy probable que si elegimos este camino nos sentiremos cada vez más desvalidos, como víctimas, culparemos a otros de lo que nos pasa y no nos haremos responsables de nuestras vidas. Igual que un músculo se atrofia cuando no se usa, así también la capacidad de actuar por nosotros mismos. Si tomamos la decisión, una y otra vez, de mantener una situación poco satisfactoria cada vez tendremos menos capacidad y valor de hacer los cambios que podrían mejorar significativamente nuestra calidad de vida.

Estar dispuesto a enfadarse y admitir que lo estamos puede traernos mucho alivio emocional. El enfado puede traernos claridad de mente. Interesantemente, puede hacernos conscientes de lo que está mal y hacernos ver que somos demasiado infelices o estamos muy insatisfechos con el estado de las cosas como para seguir soportándolo. Y eso nos puede motivar a actuar. El desafío se convierte entonces en expresarlo de aquella forma que tenga las mejores posibilidades de ser escuchado y menores oportunidades de dañar la relación o a nosotros mismos. Para poder hacerlo necesitamos profundizar para ver lo que hay debajo.

¿Qué hay detrás del enojo?

Bastante a menudo, el enojo es una emoción secundaria. Suele existir otra emoción más básica y primaria que está detrás: el temor. Temor de que expresar sus sentimientos pueda causar que termine su relación; temor de herir a la otra persona o de ser herido; temor a no satisfacer las expectativas de la otra persona; temor a que cambien las cosas; temor a explorar las propias necesidades y a tener el valor de dar los pasos necesarios para satisfacerlas.

Estar dispuesto a descubrir lo que hay detrás del enfado, reconocerlo, aceptarlo y, finalmente, actuar para remediarlo requiere valor. También requiere cierta capacidad. Escucharse a uno mismo sin juicios ni evaluaciones o pedir a un amigo cercano que haga un ejercicio de escucha atenta con usted es esencial para descubrir, reconocer y aceptar cómo y qué siente. Tras un examen más de cerca, puede quedar muy sorprendido al descubrir que sus sentimientos y necesidades más profundas son bastante diferentes de lo que usted creía. Llegar hasta el centro de sus sentimientos puede causarle enfado mientras disipa y resuelve [sus dudas], y esa  experiencia puede traerle alivio, calma, sanación, motivación e incluso ser estimulante.
Ser honesto, con uno mismo y con los demás, se hace más fácil ahora que conoce sus deseos y necesidades más íntimas. Cuando es profundamente consciente de cómo se siente, la tendencia a echar la culpa a otros con “mensajes en tú” o de sonar muy agresivo(a) se reduce considerablemente.

No necesita tener miedo a enfadarse ni pensar que es algo anormal o poco saludable. Es natural sentir enojo cuando las necesidades propias están bloqueadas. Aprender a aceptar el enfado como una emoción o reacción válida es el primer paso para aprender a tratarlo. Sólo entonces podrá hacer un uso constructivo de él.

PARA LAS FAMILIAS:
Extracto de Entrenamiento Efectivo para Padres (P.E.T.) del doctor Thomas Gordon.

Algunos padres, cuando se les introduce a los “mensajes en yo” por primera vez, piensan que ahora pueden ventilar sus emociones  reprimidas como si fueran un volcán humano. Una madre regresó a la clase de P.E.T. y contó que se había pasado toda la semana enfadada con sus dos hijos. El problema es que ahora sus hijos estaban completamente asustados de su nuevo comportamiento. ¿Por qué da tanto miedo y hace tanto daño el enojo a los niños? ¿Cómo podemos ayudar a los padres a evitar el enojo? De cualquier modo, ¿qué es el enojo?
A diferencia de la mayoría de otros sentimientos, el enfado va dirigido casi siempre hacia otra persona. El enfado normalmente se transmite como un mensaje que se traduce en expresiones como “estoy enojado(a) contigo” o “me hiciste enojar”. Estos son realmente “mensajes en tú” no “en yo”. Y  no se pueden disfrazar diciendo simplemente: “estoy enojado”. Por consiguiente, el enfado se siente como un mensaje acusador en tú para los hijos. Oyen que son malos porque han hecho enfadar a un adulto. El efecto predecible, entonces, es el de que ellos se sienten rechazados, culpados y culpables, tal como lo han sentido por causa de otros “mensajes en tú” que han oído antes. Estoy convencido ahora de que el enojo es un sentimiento que generamos después de haber experimentado algún otro sentimiento. “Fabricamos” el sentimiento de enojo como consecuencia de haber experimentado otro sentimiento primario.

Los padres aprenden que si arrojan con demasiada frecuencia mensajes enojados en tú, sería mejor que se miren ante un espejo y se pregunten: “¿qué me está pasando por dentro?”, “¿cuáles son mis sentimientos primarios?” Una madre valiente admitió en clase que ella se había sentido enfadada a menudo con sus hijos porque tener hijos había sido la causa de que ella no pudiera continuar su carrera universitaria de postgrado para hacerse maestra. Descubrió que sus sentimientos de enfado eran en realidad resentimiento por la decepción de haber visto interrumpidos sus planes profesionales.

Impreso y traducido con permiso de Gordon Training Internacional
nbsp;