LA SUMISIÓN DE LA MUJER
Extractos del libro de Bernard Dubois: The Healing of the Family
( La sanación de la familia)
Esta es la piedra en el camino para el feminismo que se atreve a tachar al Apóstol Pablo de ¡odiar a las mujeres! De hecho, esta aversión por la carta de San Pablo viene de los sufrimientos pasados de la mujer y de un entendimiento defectuoso de la Sagrada Escritura.
Una llamada al amor
Dado que la mujer, por su propia naturaleza necesita ser amada y protegida, tiene que amar a su esposo. Por eso es que sólo se le pide a los hombres que amen a su esposa. “Esposos, amen a sus esposas” (Ef 5, 25) dice San Pablo en la continuación inmediata del mismo texto. Esto implica que aquí reside la dificultad para el hombre y no para la mujer. El apóstol nunca dijo a la mujer “ama a tu esposo”. La invitación consiste en amar a la propia esposa como Cristo amó a la Iglesia y dio su vida por ella. ¿Cómo amó Jesús? Aquél que dijo “Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13) ofreció su vida por la Iglesia, su esposa. Y él nos muestra el camino hacia el mismo sacrificio. “Mi mandamiento es éste: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado” (Jn 15, 12). La exhortación que hace San Pablo viene a decir “Esposos, amen a sus esposas más que a ustedes mismos y den la vida por ellas”. De este modo San José amó a María hasta morir. El llamado del esposo es dar la vida por su esposa entregándose totalmente a ella. Y la esposa tiene el derecho de esperar un amor sin límites.
Una llamada a ser santos
Esa es la clase de esposo al cual se le pide a la mujer que se someta fielmente. Porque salió de la mujer, sólo puede entregarse completamente a una mujer que se someta a él. La dificultad para la mujer no está en amar a su esposo, sino en aceptar no dominarlo y también verlo como su pastor. El hombre, por su parte, tendrá dificultad en amar fielmente a su esposa. Es mas débil que ella, al sacar sus raíces de ella. Por tanto, si está en peligro de ser dominado por ella, corre el riesgo de no respetarla más y puede volverse infiel. Una mujer dominante se convierte en una esposa que limita al hombre por su dependencia e inmadurez emocional o, por el contrario, buscando su independencia en el trabajo o en la infidelidad marital. Como vemos en las Escrituras, el hombre tiene el derecho de requerir santidad de su esposa: “engalanada como una novia que se adorna para recibir a su esposo” (Ap 21, 2). “La mujer es reflejo de la gloria del varón” (1 Cor 11, 7), afirma San Pablo. Existe siempre en el hombre el deseo por la mujer perfecta, la “Eshet Hail” mencionada en el libro de Proverbios (Prov 31, 10, Eshet Hail significa “mujer perfecta” en hebreo). “Mujer perfecta, ¿quién puede encontrarla? Es más preciosa que las perlas” (Prov 31, 10). “Dichoso el esposo de una mujer verdaderamente buena, el número de sus días se duplicará” (Eclo 26, 1). Lo mismo se dice de Cristo y de la Iglesia: “pues quería darse a sí mismo una Iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni nada parecido, sino santa e inmaculada” (Ef 5, 27).
Un hombre a menudo busca a una madre en su esposa. María es la madre perfecta que puede ayudar al hombre a reconciliarse con su propia madre y a amar a su esposa.
Una compañera a su lado
El hombre, como hemos dicho, necesita a la mujer. Por medio de ella, él da lo máximo de sí pues sólo ella puede despertar su virilidad. Permítanle encontrar de nuevo su lugar correcto junto a él y juntos darán fruto. Se “conocerán” el uno al otro. “Conocerse” significa literalmente “nacer con”, recibir juntos y uno a través del otro el don de la vida, el don de Dios. La mujer que rechaza la semilla de su esposo y desea ser autosuficiente se condena a sí misma a la esterilidad, no sólo a ella misma sino a todo el círculo familiar. Los paraliza y se paraliza ella misma al privar a su esposo de toda acción y responsabilidad para dar vida.
Entre la mujer y Dios hay algo así como una cooperación pasiva, una especie de sociedad. Ella participa en engendrar al hombre, en el nacimiento de vida humana, uniéndose a Dios. Es mediante la aceptación de María que la salvación entró al mundo. La aceptación de José viene después: él permitió que se realice la encarnación. Pero es a través del sí de la mujer, el regalo incondicional de su vida, que el mundo se salva. Ella precede al hombre en el entendimiento de los misterios divinos, y acogiendo al Verbo en su cuerpo, lo da a luz en el Reino. Ella muestra el camino. Es por eso que, mediante su misión específica en el plan de Dios, ella es la primera que debe cambiar ( y la razón por la cual ella es el primer blanco del demonio).
“El declive de los dos sexos en el pecado ha llevado al sometimiento de la mujer al hombre…La que debería convertirse en su compañera…debe por su propia y libre voluntad tomar la decisión de venir a “ayudar” al hombre y así permitirle llegar a ser lo que debería ser” (E. Stein, Woman and her Destiny «La mujer y su destino», Ed. Amiot Dumont, 1956). La mujer sólo puede lograrlo regresando al Padre. Todo su proceso de conversión consistirá en pasar de la dominación a la sumisión, y esta sumisión será misteriosa e increíblemente redentora.
De la dominación a la sumisión
Someterse significa “ponerse bajo” la protección de otro. Así como Cristo es la cabeza de la Iglesia, el esposo es el pastor de su esposa precisamente y siempre que dé su vida por ella. San José es cabeza de la Sagrada Familia, a quien la Virgen María obedece en todo. El ángel viene a él para advertirle: “Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto” (Mt 2, 13; 2, 20 y 22), y eso es suficiente para que María se deje guiar por el Padre a través de él. Así pues, cuando la mujer se somete al hombre, es a Dios a quien obedece mediante las limitaciones de su esposo, en la esperanza de hacer su voluntad (ver 1 Pe 3, 1-5).
Eva pecó por dos razones muy importantes. Por un lado, ya no estaba sometida a su esposo pues falló en consultarle a Adán. Por otro, se separó de Dios al no hablarle y olvidar la palabra del Padre que dijo: “Puedes comer de todos los árboles del jardín; pero no comas del Árbol del conocimiento del bien y del mal” (Gén 2, 16-17). Ella incluso cambió las palabras divinas al añadir “no tocar” (Gén 3, 3). Por temor a Dios, Adán y Eva se escondieron de su vista y se encontraron frente a frente el uno con el otro. El hombre pasó de maravillarse al reproche, y desde este momento ha sospechado de la mujer como la que puede hacerle caer. Al mismo tiempo, siempre seguirá buscando al maravilloso ser que Dios ha elegido para él. Por su lado, la mujer mira al hombre para cumplir sus expectativas, expectativas que ningún hombre puede llenar del todo. Ella sabe que es débil y que sus expectativas la predisponen a ser dominada a pesar de ella misma y predisponen al hombre a aprovecharse de su fuerza.
La sumisión es un requisito tanto para el hombre como para la mujer. Sin embargo, la sumisión de ambos esposos tiene su raíz en la mujer. ¿Cómo puede el hombre someterse a su mujer sin ser dominado, si ella no es sumisa primero con él? En la manera que nos muestra el Evangelio de renunciar a uno mismo a través del amor al otro, la mujer es primero. Ella es la que introduce al hombre en este nuevo tipo de relación, que ya no es una búsqueda de sí mismo mediante la dominación del otro, sino la autoentrega para el otro.
La sumisión de la mujer es eminentemente redentora. Porque así como su falta de sumisión llevo a toda la humanidad al pecado, así su sumisión y la ofrenda de sí misma a Dios están en su plan de redención para la humanidad. Por eso se puede afirmar que, si bien el hombre es primero en el plan de la Creación, la mujer es primera en el plan de la Redención. Ella encuentra su gozo en vivir en sumisión a su esposo, y él se satisface al entregarse por completo a su esposa.
Reimpreso y traducido con permiso de Editions des Beatitudes
Construyendo matrimonios centrados en Cristo,
una pareja a la vez ™