LAS MUJERES COMO GUARDIANAS DE LA PUREZA
Dra. Alice von Hildebrand

En la mayoría de sociedades, las mujeres que pecaban contra el sexto mandamiento eran censuradas más severamente que los hombres.  A estos últimos se les disculpaban bajo el lema:  “tienen que desfogar su lado salvaje”.  En el Antiguo Testamento, tanto en la literatura como en la vida, las mujeres que cometían adulterio (uno de los pecados en que hace falta un compañero) a menudo eran aisladas y tratadas como paria y leprosas.  Esta escandalosainjusticia ha sido utilizada por las feministas para justificar su posición.

Simone de Beauvoir, la madre del feminismo francés, defiende el derecho de la mujer de gozar de los mismos privilegios sexuales otorgados a los hombres.  En su libro más vendido, El Segundo Sexo, ella incluso aboga por la creación de burdeles donde las mujeres no reciban un pago por el dudoso privilegio de vender sus cuerpos a los hombres, sino que ellas paguen por satisfacer sus deseos sexuales.  De hecho, se creó uno de estos lugares en San Francisco pero al parecer no tuvo mucho éxito.

Viéndolo desde el punto de vista cristiano, debería ser obvio que los adúlteros, ya sean hombres o mujeres, sean considerados igualmente culpables ante Dios, asumiendo que ambos participaron libremente.  Condenar a las mujeres mientras se exonera a sus compañeros varones es obviamente injusto.
Defenderé la tesis de que esta “injusticia” – que de hecho lo es- es una especie de descarrilamiento, de algo que nos da una idea profunda de la naturaleza de la mujer y la misión que Dios planeó para ella:  ser guardianas de lo espiritual.  En su maravilloso libro, El viaje del alma hacia Dios, San Bonaventure escribe que el mundo es un libro que contiene un mensaje divino que debemos aprender a leer.  Dios es el arquitecto del cuerpo de la mujer.  ¿Cómo debería interpretarse esto? ¿Qué mensaje conlleva?  Vaya que pocos de nosotros aprendemos a descifrar estas líneas, pero a aquellos que lo logran se les otorga un conocimiento que ninguna ciencia experimental podría enseñarles.  La lectura de este mensaje nos dice simplemente que “la nobleza obliga”.  Una criatura a la que se le ha dado una misión especial y falla en esa misión se daña a sí misma más que a los demás, que aquella que comete el mismo pecado, pero no había recibido ese especial llamado.  Un sacerdote que es irreverente con la Sagrada Hostia ofende a Dios en un sentido más profundo que uno de sus parroquianos que no ha sido ordenado y no ha recibido la gracia extraordinaria que es el sacramento de las órdenes sagradas.

La arquitectura del cuerpo de la mujer, que difiere en muchas maneras significativas del de su contrapartida masculino, nos da algunas claves.  Primero que nada, sus órganos íntimos están escondidos y no a la vista, están dentro de su cuerpo.  Lo que está escondido, usualmente, refiere a algo profundo y misterioso; escondemos los secretos, escondemos lo que es personal e íntimo.  Más aún, y esto tiene un significado profundo, estos órganos están cubiertos por un velo llamado hímen.  El simbolismo del velo es obvio:  siempre refiere a algo sagrado.  Cuando Moisés bajó del Monte Sinaí luego de haber hablado con Dios, se cubrió el rostro.  Cuando Cristo está presente en el Sagrario, éste último está cubierto con un velo.  El velo significa santidad.  El hecho de que los órganos íntimos de la mujer estén cubiertos por un velo nos da un claro mensaje:  le pertenecen a Dios de una manera especial.  Sabiendo desde la eternidad que su hijo debía encarnarse en el vientre de una virgen, era “apropiado y justo” que ésta tuviera un signo externo de su santidad.  El hímen no tiene un propósito funcional pero sí un significado simbólico profundo.  Todas las mujeres, al tener el privilegio de compartir el mismo sexo de la Reina del Cielo, comparten también este mismo privilegio.  En su tratado sobre la virginidad, Sn. Agustín enfatiza que aunque una niña sea producto del pecado, llámese incesto, violación o adulterio, igual participa del mismo privilegio.

Muchos católicos apasionados, conscientes de la dignidad del cuerpo de la mujer, han lamentado la introducción de programas de educación sexual en las escuelas católicas, impuestos desde arriba y, a menudo, en contra de los deseos expresos de los padres.  Todos sabemos que estos programas, lejos de enseñarles a los niños el verdadero significado de este misterioso campo, cargan sus jóvenes almas con información que, inevitablemente, pervertirá su sentido de lo profundo y misterioso de esta área.  Ya sea que la información que se les dé sea meramente biológica, como si los niños pequeños necesitaran saber la técnica de este tema, o bien que se les proporcione información que no necesitan saber para nada pues sólo aumenta su imaginación con imágenes que manchan su inocencia.  Uno no puede evitar recordar las fuertes palabras de Cristo acerca de escandalizar a los pequeños.

Siguiendo el ejemplo de San Bonaventure, tratemos de meditar en el mensaje que estos hechos físicos conllevan.  En primer lugar, nos indican claramente que estos órganos le pertenecen a Dios de una manera especial; y digo de una manera especial porque todo lo que somos y tenemos le pertenece a aquel que nos ha dado todos los dones; pero, sin duda, hay una jerarquía entre ellos.  Esto es lo que el velo transmite.  El  Cantar de los Cantares habla de un “jardín cerrado” (hortus conclusus), cuyas llaves le pertenecen a Dios.  Sólo Él tiene el derecho de entregar esas llaves y Él ha decidido que sólo pueden entregarse al esposo/a en el santo sacramento del matrimonio. ¡Qué hermoso es cuando la joven novia le puede decir a su esposo:  “con el permiso de Dios, te entrego estas llaves, sabiendo que tú penetrarás en este jardín misterioso con reverencia y gratitud”.  Nuevamente, la lectura del libro de la naturaleza da a entender muy claramente que se requiere de la presencia de Dios en el abrazo nupcial, no sólo en un sentido general como lo indica la aprobación divina (concursus divinus), sino como el dueño de un terreno en el cual Dios permite que sus criaturas colaboren con Él dando vida.  Una vez más el mensaje divino es claro para todo aquel que tenga ojos para ver y oídos para oír.  La unión marital a de ser una expresión del amor, que es la entrega que los esposos hacen de sus propios cuerpos, “ubi caritas et amor, Deus ibi est”, donde hay amor, allí está Dios.  Por su misma esencia, el amor es fructífero y, en el caso de la unión marital, esta característica se expresa en el hecho de que puede llevar a la concepción de una nueva vida.  Nuevamente, siguiendo el ejemplo de San Bonaventure, podemos ver que si los esposos deciden voluntariamente impedir la concepción usando medios artificiales, de hecho están decidiendo eliminar el amor de su unión, lo cual inevitablemente se volverá en un acto de auto-satisfacción en vez de que sea un acto de auto-entrega.  Una vez que se excluye a Dios de la recámara nupcial, el amor entre los esposos es amenazado en sus raíces más profundas.  No debería sorprender a nadie que las parejas que practican métodos artificiales para el control de la natalidad tienen muchas más probabilidades de divorciarse, que aquellos que viven su vida marital in conspectu Dei.
Esto me lleva de regreso a mi tesis principal:  las mujeres son las guardianas de la pureza. 

La lectura de la Biblia indica claramente que la mujer, quien desde un punto de vista secular parece ser una figura secundaria en la historia de la salvación, es, desde el punto de vista sobrenatural, una criatura definitivamente privilegiada.  Como nos lo dice el Génesis, ella es la única criatura cuyo cuerpo fue diseñado del cuerpo de una persona creada a imagen y semejanza de Dios.  Para desgracia, ella cedió a las tentadoras palabras de la serpiente: “serán como Dios” y por ello fue particular y severamente castigada.  Se le dijo que habría antagonismo entre ella y la serpiente, indicando que estaría al frente de la guerra que el maligno libraría hasta el fin de los tiempos.  Ella sufre al dar a luz, lo cual da a entender que en este valle de lágrimas hay una conexión íntima entre el amor y el sufrimiento.  Pues es a través del sufrimiento que el Hijo del Hombre, quien es el Amor mismo, redimió al mundo pecador.  La singularidad de su papel se revela gloriosamente en el Nuevo Testamento:  Gabriel se le aparece a una joven vírgen de nombre María y le ofrece, como mensajero de Dios, convertirse en la madre del Salvador prometido a Israel.  Cuando se le concede a una mujer el privilegio de concebir a un hijo, hecho a imagen y semejanza de Dios, Él crea en su cuerpo el alma, lo cual ni el padre ni la madre pueden hacer.  Todo lo que ellos pueden hacer es “procrear” mas no crear.  Esto implica claramente que existe un contacto directo entre Dios y la mujer (el marido queda fuera de esto) y, nuevamente, este toque divino le da a su cuerpo una dignidad especial, una nobleza que indica que a ella se le está dando una llamada especial para respetar este ámbito misterioso.  Ella es la única cuya carne fue alimento del Salvador.  Es la más perfecta de todas las criaturas; es a petición suya que Cristo realiza su primer milagro.  Ella está al pie de la cruz, la Madre Dolorosa (Mater Dolorosa) que sintió en su corazón todas las agonías de su divino hijo.  Ella es la gloriosa Mujer representada en el Apocalipsis coronada de estrellas.

Los Padres de la Iglesia e innumerables santos la proclaman como la nueva Eva, la que aplastó la cabeza de la serpiente, a la que, según San Luis de Montfort escribió, el demonio le teme por sobre todas las cosas, aquella cuya humildad aplasta su soberbia.¹
Ella es la que nos enseña el camino a la humildad, que es la aceptación gozosa de las propias debilidades (exaltavit humiles), unida a la inquebrantable certeza de que todo es posible con Dios, pues el todopoderoso ha hecho grandes obras en ella (El Magnificat).  Ella es quien nos enseña que la santidad significa receptividad total a la gracia de Dios.  Ella sabe que el título honorífico de una criatura es declararse siervo(a) de Dios y, como sierva del todopoderoso, es que ella se convierte en la madre de su hijo.  La liturgia dice: “servir a Dios es reinar” (servire Deo regnare ist).

Vivir en una sociedad en que la “acción”, la creatividad y la productividad lo son todo, ella nos recuerda que el camino a la santidad es la total apertura a la gracia de Dios:  HÁGASE en mi según tu palabra.  Receptividad no es pasividad, como Aristóteles erróneamente creía, pues implica una colaboración intensa con otro, la generosa entrega de uno mismo a la fecundación y aceptar la fecundación de manera agradecida.
Debido a su humildad a María se le otorga el privilegio de ser madre y virgen al mismo tiempo.  Ella nos enseña que la virginidad, lejos de ser la renunciación a la maternidad que es la gloria de la mujer, es una forma de maternidad más elevada.  La verdadera virgen no esta renunciando a este privilegio femenino pues al elegir libremente ser fecundada solamente por la gracia de Dios, ella puede convertirse en la madre de muchas almas.  Lapa, la madre de Sta. Catherine de Siena, dio a luz a veinticuatro hijos.  A la virgen consagrada esto le parece muy poco; ella quiere abrir su corazón maternal al mundo entero.  La Sta. Madre de Teresa de Calcuta no podría contar el número de hijos que ha tenido; son una legión.
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[1]True Devotion to the Blessed Virgin ( La verdadera devoción a la Virgen María). San Luís de Monfort, Monfort Pubications, Bayshore, New York, 1981, pág. 23.

En su liturgia, la Santa Iglesia parece hacer una sutil distinción entre el celibato y la virginidad.  Es significativo que, mientras que dedica muchas misas piadosas a los apóstoles, papas, confesores, mártires, no ha dedicado ninguna al celibato.  Sin embargo, cuando celebra una misa de votos por las vírgenes, siempre especifica si la santa es virgen o no.  A lo largo del Nuevo Testamento, la posición privilegiada de las mujeres en la economía de la redención es resaltada constantemente para aquellos que tengan ojos para ver; está en segundo plano.  Son pocas las palabras de María que se recogen en los evangelios (seis en total).  San Pedro es la figura central y su voz se escucha, según creo, veintiocho veces.  Pero María está al pie de la cruz.  El apóstol a quien Dios le entregó las llaves de su Iglesia, no sólo negó a su Salvador unas horas después de haber declarado solemnemente que moriría por Él, sino que huyó cuando Cristo fue arrestado.  No obstante, él es la cabeza de la Iglesia; a él junto con los otros apóstoles se le da el poder de consagrar y perdonar los pecados.  Aquellos que están en posiciones prominentes no son los que, por el hecho mismo (ipso facto), estén más cerca al Salvador.  La tragedia de las feministas es que, como han perdido el sentido por lo sobrenatural, se han cegado al hecho de que Dios a menudo utiliza a los pequeños, a aquellos que el “mundo” considera de poco valor, para que colaboren con Él en la construcción de su Reino. La pregunta que todos nos deberíamos hacer no es: “¿cómo puedo obtener el máximo poder de la Iglesia?”, sino “¿cómo puedo servir mejor a mi Señor?”. Si Él deja en claro que es a través del servicio humilde, sin ninguna clase de “reconocimiento”, nosotros deberíamos aceptarlo con amor. En su Introducción a la vida devota, el encantador San Francis de Sales recalca que es un privilegio impresionante trabajar como portero en el palacio del Rey.

Es a María Magdalena, una mujer, a quien Cristo se aparece por primera vez después de su resurrección, no a Pedro. A ella se le dice que informe a los apóstoles que Cristo ha vencido a la muerte.  Como es de esperar, ellos se niegan a creer su mensaje: “después de todo, ella es sólo una mujer”. Podemos asumir que ella aceptó esta humillación con amor: ella sabía que tenía razón; su fe era más fuerte porque su amor era más profundo. En las Estaciones de la Cruz las mujeres juegan un papel relevante: además del desgarrador encuentro entre María y su Hijo, es Verónica, una mujer, quien limpia su rostro ensangrentado; y son las mujeres de Jerusalén quienes lloran por Él. ¿Acaso no podríamos asumir que ellas no fueron las que gritaron con la multitud: “Crucifícalo, crucifícalo”?  María es “sólo una mujer”, sin embargo es la Reina de los Apóstoles, de los Ángeles, de los Mártires. La Divina Misericordia ha transfigurado la mancha que Eva puso en su sexo en una gloriosa victoria: la victoria de la humildad sobre el orgullo, la victoria del amor casto sobre el egoísta.

Una de las mentiras más convincentes que el maligno ha divulgado en el mundo moderno es acusar a la Iglesia de haber tratado siempre a las mujeres como seres inferiores.La verdad es que es todo lo contrario, pero esta verdad sólo es visible para aquellos que saben que, hablando sobrenaturalmente, la Iglesia valora el silencio y la contemplación por encima del discurso y la acción; el servicio humilde por encima de las acciones que brillan por fuera, el amor por encima de los logros intelectuales. El feminismo, que ha causado estragos en nuestra sociedad, sólo puede explicarse por la pérdida de sentido de lo sobrenatural y la victoria del secularismo. La ceguera es un defecto serio. La tragedia hoy en día es que los ciegos, sin saber que son ciegos, están guiando a otros por la pendiente del pecado, haciendo uso de astutos lemas que la gente se traga alegremente porque halagan su orgullo y espíritu de rebeldía.

El hecho de que la Iglesia venera la dignidad que Dios le ha dado al sexo de la Theotokos (Madre de Dios) se demuestra mejor por el hecho de que, en el siglo IV, cundo la Iglesia obtuvo reconocimiento público y se le permitió practicar la fe abiertamente, le declaró la guerra a un culto típicamente pagano: la veneración del órgano masculino. Y lo substituyó con la oración de millones de fieles a lo largo de los siglos que honra el órgano femenino por excelencia, el vientre: “bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús”. Esta es la razón por la cual las mujeres han sido claramente designadas para ser guardianas de la pureza.

La Dra.  Alice von Hildebrand nació en Bruselas, Bélgica. Obtuvo su doctorado en filosofía de la Universidad de Fordham. Estuvo casada con el famoso filósofo Dietrich von Hildebrant. Es autora del libro Introduction to Philosophy y colaboró con su esposo escribiendo Situation Ethics, Graven Images y The Art of Living. En 1989, Sophia Institute Press publicó su libro By Love Refined. Ha dado numerosas conferencias y es profesora emérita del Hunter College de la ciudad de Nueva York.